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2: La Expedición Fundadora

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¿Negligencia, olvido o falta de recursos?

Mucho se ha debatido la paradoja que representan esos 167 años en que España no se hizo presente en California. La gran mayoría de estos argumentos se han presentado en el idioma inglés y no son accesibles al público lector de habla castellana. Será pues necesario repetirlos, agregando algunos que no han sido considerados.

Hay varias razones importantes por las que no se continuó la exploración ni se pobló el territorio de la Alta California. Primero y talvez la más importante, es la experiencia de la historia. Ya se ha mostrado como las expediciones marítimas habían dado pobres resultados. Al norte de la península no existían civilizaciones indias que pudieran compararse con un México o un Perú, la beligerancia de los indios había quedado demostrada. La muerte de Cabrillo, el naufragio del San Agustín, el hecho de que no se dio a Vizcaíno la recompensa de sus descubrimientos y la pobreza de los mismos, todo indicaba un pasado triste, pobre y peligroso que no iba a cambiar con el tiempo. Sólo los galeones de Manila, cuando impulsados por la corriente japonesa del Kurushio, llegaban a latitudes altas, alcanzaban, con suerte, a ver a través de la neblina, montañas altas, boscosas y sin nieve que no tenían gran interés.

En segundo lugar hay que considerar el aislamiento geográfico de la región. Por un lado, la ruta por mar era difícil. Las rutas de navegación que seguían las corrientes y los vientos no vinieron a conocerse sino hasta mucho más tarde. La navegación hacia la Alta California debía efectuarse contra el viento y contra la corriente. Añádase a esto una curiosa contradicción de la meteorología: mientras California goza de uno de los climas más benignos del planeta, sus costas son bañadas por un mar implacable, de olas cortas pero de gran agitación, obscurecidas por frecuentes brumas y con corrientes locales todavía más impredecibles. Podría decirse que la costa oeste de la América del Sur presenta iguales dificultades, pero era muy diferente doblar el Cabo de Hornos, cruzar el Estrecho de Magallanes, para luego navegar, viento en popa y con la corriente de Humbolt hacia el Norte, hacia climas mejores y períodos de bonanza. Para llegar a California el viaje tenía que hacerse en el sentido opuesto a la corriente y los vientos, con el agravante de que los buques no venían de doblar el Cabo. Esa ruta no existía en el hemisferio norte como había quedado comprobado cuando no fue posible encontrar el famoso Estrecho de Anián. Por último, debe recordarse que el arte de la navegación permaneció estacionario por varios siglos, de manera que el ceñirse al viento no era para los veleros españoles maniobra fácil. Sólo con la confección de grandes velas de cuchilla, como las que se usaron más tarde en las goletas de gran calado y bergantines-goletas, se pudo simplificar el arte de singlar con mediana eficiencia.

La aislación que provocaba el desierto del sud-oeste era también formidable. Si bien es verdad que comparando la aridez, esterilidad y falta de agua, la región tiene ciertas ventajas sobre otros desiertos de la tierra, su extensión presentaba una barrera formidable. La Bahía de San Diego distaba, a vuelo de pájaro, casi 1000 kilómetros de algún lugar poblado. Estas distancias existían hacia villorrios o pequeños poblados en Sonora y Arizona, pero las expediciones deberían salir de lugares bien abastecidos y poblados sin necesidad de reaprovisionarse en el camino. Los obstáculos de la geografía no eran menores: ríos turbulentos, como el Gila y el Colorado; montañas casi continuas, quebradas, profundos cañadones y otros accidentes del terreno. El virrey Montesclaros decidió en 1607 que poblar California era una empresa demasiado costosa y que su aislación geográfica era ya protección suficiente contra otros invasores europeos.(1) El peligro de las tribus bárbaras no podía tampoco ser desestimado, peligro que como se verá, causó dilaciones e interrupciones serias en las jóvenes colonias.

La pobreza del erario es otro punto paradojal pues mientras las colonias proveían a la metrópoli de un ingreso que permitió a Carlos V y a Felipe II conducir una política agresiva en los asuntos internacionales europeos, los fondos destinados a los gobiernos locales eran mínimos. Al mismo tiempo que la producción de plata en México y Potosí llenaba los cofres del Rey, los virreyes no contaron nunca con el dinero ni los recursos necesario para que sus jurisdicciones se mantuvieran en el nivel adecuado. La pobreza del ejército virreinal ha quedado demostrada. (2)

La miseria en que vivían los empleados menores de las colonias es testimonio de una distribución de ingresos en el sector público que distaba mucho de ser la mínima justa y años luces de ser equitativa.(3)

Gran parte del pobre estado financiero de las Indias se debía a una política económica que hoy reconocemos como auto-destructiva. El comercio entre España e Indias que durante la conquista y a comienzos de la colonia había aumentado con la expansión del Imperio, decayó notablemente. Las causas de la caída casi vertical del intercambio son complejas y están fuera de nuestro tema. Según Madariaga el peor obstáculo estaba en el exceso de oficiales del Estado. "la hueste de inspectores y contadores que complicaban y retrasaban los trámites, aumentaban las estadías y hacían subir el gasto y la incertidumbre de las empresas comerciales, aún las más legítimas."(4)

Esta situación tenía que dar como resultado una política económica ineficiente. Todo esfuerzo económico en las Indias estaba destinado a obtener grandes ganancias a corto plazo: monopolios comerciales e industriales, minas de metales preciosos, búsqueda de perlas y piedras preciosas y otras actividades que estaban lejos de proveer fuentes de verdadera riqueza, esto es, recursos y bienes de consumo que beneficiaran a la mayoría de la población. Bastará con algunos ejemplos. El comercio con Manila se restringía a un sólo galeón anual. Ni Lima ni Panamá podían comerciar con las Filipinas. En 1607 se prohibió "llevar a Perú ropa ni mercancía alguna que no sea de Castilla"; se dio orden de arrancar las viñas de Nuevo Mèxico y Chile para que la falta de vinos locales fomentara el comercio con la metrópoli.(5)

El total abandono de la ganadería en las pampas argentinas, la falta de fomento a la pesca en las costas del Perú, la casi total ausencia de productos agrícolas de exportación en las tierras fértiles de México, Colombia y Chile, todo esto indicaba una falta de interés por parte del capital privado, sino también la pobreza extrema de la clase baja que normalmente se emplea en estos sectores. La mano de obra no producía lo suficiente y apenas tenía para sus sustenso. Lejos estaban pues los capitalistas, si es que éstos verdaderamente existían, de invertir en la producción agrícola y menos todavía en expediciones a tierras desconocidas. Mucho menos podía la plebe buscar nuevas tierras y recursos para su sustento en las fronteras del Imperio.

Existía también una falta de interés por establecerse en tierras similares a las que ya estaban disponibles. El norte de México, las Provincias Internas, no parecían muy diferentes de la Alta California. Si bien eran terrenos fértiles para la agricultura, la falta de agua y la hostilidad de los indios eran dos asuntos de extrema importancia. No bien habían terminado las largas guerras contra los chichimecas, cuando la frontera norte se vio amenazada por apaches, chiricahuas, navajos, comanches, mexcaleros y harapajos, tribus semi-civilizadas que mantenían en constante alerta las fortificaciones de la frontera norte de la Nueva España. Esta amenaza había forzado al gobierno a crear una línea de presidios, establecimientos sui generis cuyas guarniciones estaban constituidas por soldados también singulares en que eran tropas regulares bajo reglamentos propios. Una situación de igual beligerancia podía esperarse en California. El marqués de Rubí, durante su visita a los presidios de la frontera norte en 1767, consideraba que el establecimiento de una colonia en Monterey en la Alta California, era uno de esos "proyectos monstruosos" cuyo costo no justificaría los beneficios.(6)

El deterioro del gobierno español jugó también un rol importante en la falta de recursos destinados a nuevas exploraciones y colonizaciones. Desde la muerte de Felipe II, España no tuvo un líder capaz de guiarla con la sabiduría ni con la determinación que la expansión del Imperio necesitaba. Existía una marcada indolencia en todos los niveles, indolencia que sólo viene a levantar del letargo la dinastía de los Borbones y que a la larga, fracasaría por que llegó demasiado tarde, o porque no fue lo suficientemente eficaz para producir los cambios necesarios. Cuando los criollos llegaron a un mínimo nivel de confianza en sí mismos, que coincidió con la invasión napoleónica, el sistema ya caduco, se auto-destruyó.

El historiador Warren Cook cree que existía en España la opinión que el descubrimiento del estrecho de Anián era contrario a los intereses españoles. "Si se encontrara este paso, el secreto no podría ocultarse de las naciones rivales y sería difícil para España controlar el estrecho y mantener a los extranjeros fuera del Pacífico."(7)

La existencia de este paso no se daba por descartada como puede creerse y las numerosas versiones que circulaban en Europa sobre su existencia así lo prueban.(8)

Por último, es necesario señalar un hecho contundente. El enorme esfuerzo desplegado por España, una pequeña nación europea, en conquistar, poblar y colonizar las Indias, tenía que resultar en un desgaste físico, financiero, sicológico y militar. Talvez el único recurso español que no sólo se mantuvo incólume, sino que se robusteció, fue el espiritual. Bastante se ha discutido este tema de la expansión de las Indias a expensas de la decadencia de España para continuarlo aquí. Bastará decir que cuando le llegó su turno a California, la nueva tierra no tuvo un Pizarro, un Cortés, un Valdivia o un Balboa.

Un cambio de política

Deben ahora examinarse las causas poderosas que hicieron valer los mismos antiguos argumentos expuestos ya en 1602, para sobreponerse a los impedimentos anteriores. Estas fueron:

1. La expulsión de los jesuitas y la ocupación de sus misiones por los franciscanos.

2. La amenaza de los rusos que habían cruzado el Estrecho de Behring.

3. La nueva dinámica establecida por los Borbones en el trono de España.

4. La presencia en Nueva España de José de Galvez.

Ha quedado en claro que el comerciante indiano buscaba el negocio rápido y seguro, el burócrata trataba de sacar el mejor partido de su empleo, el militar de obtener una destinación cómoda y agradable. No sucedió lo mismo con los religiosos. Los frailes habían llegado con los conquistadores y habían luchado y conquistado con ellos, pero cuando la fuerza avasalladora de la raza se desgastó en lo militar, fueron los misioneros quienes empujaron la fronteras más y más allá, hacia los límites extremos del Imperio. Los jesuitas que habían sido los últimos "regulares" en llegar a la Nueva España, tomaron el territorio que actualmente comprende los estados mejicanos de Nayarit, Sinaloa, Durango, Chihuahua, Sonora y las Californias.

La Isla de California era un problema. El jesuita Johann Jakob Baegert decía que La "isla de arriba a abajo y de costa a costa, no es más que un espinoso montón de rocas o una roca sin senderos y sin agua que se levanta entre dos océanos". (9)

Los primeros esfuerzos misioneros, como la colonia de Hernán Cortés y la de Vizcaíno fracasaron. En 1684, el jesuita Eusebio Kino estableció una misión cerca de la actual Loreto. Un año más tarde debía abandonarla también. Kino seguiría una brillante carrera como misionero, explorador y colonizador en Sonora y Arizona pero no volvió nunca a California.

En 1697 los jesuitas volvían a la península en las personas de los padres Salvatierra y Ugarte y escoltados por un destacamento militar al mando del capitán Romero. La compañía de Jesús estableció 17 misiones en los 72 años que duró su estadía en California. Se estableció un presidio en Loreto al estilo de los que guardaban la frontera de las Provincias Internas. Este puesto militar constituía en un pequeño recinto fortificado con una guarnición de 25 soldados que no estuvo asociado con los presidios de las línea de la frontera. Más tarde, estuvo bajo el comando del gobernador de las Californias sirviendo de residencia al gobernador hasta 1777 en que se establecieron gobiernos separados. (10)

En este puerto se estableció también un depósito de víveres y materiales con que se mantuvieron las misiones.

El 24 de junio de 1767, el Virrey de México abrió un sobre sellado en el que se le daban instrucciones secretas de expulsar a los jesuitas de todo el territorio. El encargado de llevar a cabo esta orden en Baja California, fue el gobernador recién nombrado, Don Gaspar de Portolá. Portolá cumplió la orden que le parecía injusta, contraproducente y en sumo desagradable de acatarla. El 3 de febrero de 1768 embarcaba en Loreto con destino al continente a 16 jesuitas que dejaban atrás sus misiones para ir a vivir en un inmerecido exilio.

Las misiones jesuitas en la Nueva España pasaron a los franciscanos. Esta orden se hizo cargo de 14 de las misiones jesuitas en Baja California y establecieron una nueva misión, San Fernando, al extremo norte de la influencia de la Compañía. Estos franciscanos venían del Colegio de San Fernando en la ciudad de México. No se sabe a quienes se les reveló la verdadera dimensión de su nueva misión: el establecimiento de misiones en San Diego y en Monterey, pero los planes ya estaban en estudio y es muy posible que hubiera participado en su formulación el nuevo superior de las misiones bajacalifornianas, Fray Junípero Serra.

Las amenazas de posibles conquistas y colonizaciones de potencias extranjeras, como Inglaterra, Holanda y Francia no era nada nuevo para la corona española y los Virreyes y sus subalternos se mantenían en constante alerta contra posibles violaciones de su soberanía. Se sabía de buques ingleses y hasta de sus colonias anglo-americanas en las costas del noroeste, pero, como se ha visto, no eran motivo suficiente como para poblar California. Pero había aparecido en el Pacífico un nuevo imperio. Los rusos habían explorado la costa de Alaska entre 1741 y 1765. Ya en febrero de 1730 una expedición al mando de Vitus Behring había reconocido la costa entre los dos continentes, Asia y América, descubierto las Aleutianas y aunque el capitán falleció durante el viaje, su gente volvió con las pieles de nutria que darían origen al comercio de las pieles, especialmente con China. Un pequeño establecimiento ruso había sido erigido en la Isla de Kodiak. La corona no estaba segura hasta donde podría hacer valer sus derechos en la costa del Oeste de América, pero lo principal era enfrentar a los rusos lo más al norte posible.

Es imposible saber si fue el propio Carlos III, o uno de sus ministros, o el Consejo de Indias, o la opinión de José de Gálvez, o los franciscanos impulsados por su celo misionero, o talvez una combinación de todos estos elementos, lo que motivó la real orden dirigida al Virrey de la Nueva España, Marqués de Croix, de ocupar los puertos de San Diego y Monterrey con el fin de salvaguardar aquella parte de sus dominios de todo insulto o invasión. Lo cierto es que la Corte de Madrid había despertado por fin de su letargo y se dio la orden perentoria al Virrey de organizar cuanto antes una expedición que cumpliera los reales deseos de llevar el evangelio y la soberanía del Rey a aquellos límites, "todavía no conocidos del inmenso continente".(11)

José de Galvez era un alto personaje castellano, miembro del Consejo de Indias y "del consejo y cámara de su Magestad", de gran influencia en la corte. Se encontraba en México como "Visitador General" desde 1765. Este cargo, como es sabido, involucraba poderes y atribuciones que a veces sobrepasaban las del Virrey. Galvez había venido con plenos poderes para investigar y reformar las finanzas reales que como se ha visto, necesitaban de una revisión profunda. La autoridad de Galvez, se extendía en todos los sectores del virreinato. Había pedido y obtenido el relevo del Virrey Cruillas y si algún poder se atribuyó sin tener autoridad para ello, Croix se lo delegó especialmente. Recibió y acató, como Croix, la orden de expulsión de los jesuitas. Cuando se le comunicó la real orden de ocupar Alta California, desplegó tal celo, como se verá más adelante, que sus esfuerzos y actuaciones lo hacen, según Bancroft "en el primero de los pioneros de California, aunque nunca puso pié en el estado."(12)

En Mayo de 1768 emprendía José de Galvez su segundo viaje por el norte de México. Cuando se encontraba en viaje entre Guadalajara y la costa, fue alcanzado por un correo que traía comunicaciones del Virrey Croix. El mensaje era importante. Se trataba de comunicar al Visitador que su Majestad había ordenado la inmediata ocupación de la Alta California. Para esto, el Virrey pedía a Gálvez que organizara cuanto antes, una expedición marítima. Gálvez escribiría más tarde que recibió a través de Croix, una orden directa del Marqués de Grimaldi, Primer Secretario de Estado, en la cual, su Majestad le ordenaba dar los pasos necesarios para resguardar la península de las incursiones de los rusos que ya habían llegado desde el Mar Tártaro a explorar las costas de la Alta California.(13)

Una vez en la costa del Pacífico, el Visitador inspeccionó y estudió las diferentes oportunidades que se le ofrecían en los puertos y decidió que el puerto de San Blas sería la sede de una base naval y de un depósito de abastecimientos para las nuevas colonias. Comenzó nombrando autoridades y dándoles instrucciones específicas sobre la organización del nuevo establecimiento y de la reparación y carena urgente de los bergantines San Carlos y Príncipe para el próximo viaje al norte. (14)

Estos dos buques han sido clasificados como "paquebotes", clasificación que dice muy poco del tipo de nave. Eran en realidad bergantines o bergantines-goletas, buque de dos palos con tres velas redondas en cada uno. Al mayor o mesana se le agregaba un palo largo, vertical, conocido como esnón. Por este se corría una vela triangular similar a la cangreja pero sin botavara. Eran muy similares y desplazaban 193 toneladas cada uno. Habían sido construidos bajo la dirección de Francisco Pacheco en Río Santiago y entregados en San Blas en Octubre y Noviembre de 1767. El San Carlos era también conocido como El Toisón de Oro y el Príncipe, como San Antonio. Bancroft nos dice que "estos buques, construidos con rapidez e imperfectos como todos los de la costa del Pacífico, habían encontrado mal tiempo y hacían agua."(15)

Existían también dos goletas de 30 toneladas, Sonora y Sinaloa y dos paquebotes o bergantines más viejos, Concepción y Laureana que habían sido confiscados a los jesuitas. Estaba también bajo construcción el paquebote San José.

Para financiar en parte el mantenimiento del departamento, Gálvez ordenó que las utilidades de las salinas de Nueva Galicia, que eran considerables, se entregaran a la tesorería de San Blas y al mismo tiempo organizaba un estanco del tabaco que serviría también para financiar el Departamento Naval.

El visitador llamó a una Junta en San Blas que se reunió el 16 de mayo de 1768. En esta reunión se discutieron los detalles y se echaron las bases para la expedición a California.(16)

Gálvez había leído los documentos de las expediciones anteriores, o por lo menos, conocía sus pormenores con cierta certeza. Sabía que era necesario proveer para el bienestar de la tripulación en cuanto a la aguada y las provisiones de boca. Sabiendo que éstas debían cargarse lo más tardíamente posible, ordenó que apenas estuvieran listos los dos bajeles seleccionados para el viaje, se les enviara a San José del Cabo en la punta de Baja California donde los haría cargar las provisiones restantes y dar las últimas instrucciones a los capitanes.

Se habían asignado a la expedición veinticinco soldados selecciones por su robustez de la milicia de Guanajuato. Como los soldados prometidos no aparecían, el Visitador dio ordenes al teniente Pedro Fages para que se embarcara con 25 soldados de la Compañía Franca de Voluntarios de Cataluña. Se trataba de dos compañías de infantería, prácticamente independientes. Originalmente destinadas a La Havana, sirvieron en la Nueva España, especialmente en Sonora. Fages y su destacamento debieron trasladarse desde Guaymas donde estaban acantonados. Si bien originalmente, estaban formadas por soldados catalanes, lo eran ahora de diferentes orígenes debido "a la costumbre de los cuerpos peninsulares de cubrir vacantes sobre el terreno". (17)

Sin embargo, esta tropa mantenía el prestigio, la voluntad y disciplina del soldado europeo. Esta unidad se había creado en Barcelona y sus oficiales venían del primer batallón, segundo regimiento de infantería ligera. Al mando del capitán Agustín Callis, había salido de Cádiz el 27 de mayo de 1767.(18)

Este cuerpo estaba formado por catalanes y de no haberlos, de europeos, pero bajo ninguna circunstancia, criollos. (19)

Gálvez, por razones que no conocemos, reemplazó al capitán del Príncipe, Antonio Faveau y Quesada por Juan Pérez. El San Carlos retuvo a su comandante, Vicente Vila.

El Visitador continuó su viaje de inspección por la costa y se embarcó luego en la goleta Sinaloa para viajar a California donde esperaría a los dos buques de San Blas. Allí tuvo que esperar tres meses. Por razones que no satisficieron a Gálvez las naves retrasaron su partida del puerto, encontraron mal tiempo y llegaron a Baja California en pésimas condiciones, con los víveres dañados por el agua, el velamen y la jarcia prácticamente destruidos y con los cascos haciendo agua. El incansable visitador no buscó culpables. Su primera misión era hacer salir cuanto antes la expedición, proveerla de los mejores arreos y provisiones posibles y evitar la repetición de los desastres anteriores. En 15 días había carenado el San Carlos, acumulado provisiones, restablecido la salud de los tripulantes y pasajeros, de tal manera, que el 11 de enero de 1769 partía por fin, la primera parte de la expedición. El Príncipe que para entonces no había llegado a la península, lo seguiría más tarde.

Juan Pérez llegó con su bergantín en mejores condiciones que su compañero, pero fue necesario reaprovisionarlo y carenarlo para su viaje al norte. Gálvez llevó las provisiones en las goletas hasta Cabo San Lucas y de allí podía despachar al segundo buque hacia la Alta California, el 15 de Febrero de 1769.

Las dos columnas de exploración por tierra

Mientras tanto, se organizaba en Loreto la expedición terrestre. Gálvez nombró como comandante en jefe de la expedición de mar y tierra a Don Gaspar de Portolá, capitán de Dragones del Regimiento España que ejercía como gobernador de Baja California y quien, como se ha visto, tuvo la desagradable tarea de expulsar a los jesuitas. Gálvez confiaba en Portolá y se limitó a proveerlo de ganados y pertrechos. La expedición necesitaba caballos, mulas, ganado en pié, granos, harina, armas y municiones. Tan pronto como fue posible, se envió hacia el norte al capitán Fernando de Rivera y Moncada que comandaba la guarnición de Loreto. Rivera continuó recolectando víveres de las misiones en que pernoctó en su viaje al norte, hasta llegar a Santa María que era la más serpentrional. Pero como no encontrara pastos para el forraje, siguió más al norte estableciendo un campamento en Velicatá, unos 55 kilómetros al norte de la misión. Se reunieron allí Rivera con sus 25 soldados de cuera, el padre Juan Crespí, el pilotín José de Cañizares, cuya misión era hacer las observaciones y llevar un diario, tres arrieros y unos cincuenta indios. Arriaban más de 200 cabezas de ganado y llevaban 140 caballos. Las provisiones se cargaban en 180 mulas.(20)

Debemos detenernos aquí para hacer una breve descripción de estos 25 soldados presidiales, que constituían, junto con los 25 voluntarios de Cataluña, la fuerza militar de la expedición. Debe quedar en claro que el soldado presidial no era un presidiario. Por el contrario, era soldado voluntario que se alistaba por un período de diez años en el ejército. Si bien era parte del ejército regular, como los cuerpos de la metrópoli y los de la Nueva España, se regía por un reglamento propio exigido por las circunstancias bastante especiales en que actuaba. Se le conocía como "soldado de cuera" por la curiosa protección que llevaba. Se ha dicho que la "cuera" era copia de la armadura que usaban los aztecas pero éstas no aparecen en las crónicas de los conquistadores. La protección de los aztecas era un corselete de algodón. Parecen ser más bien de origen europeo. Los lansquenetes, tropas flamencas que trajo a España Carlos V, usaban un corselete de ante muy similar. Era la cuera una larga jaquetilla que cubría el cuerpo desde el cuello hasta las rodillas. Estaba formado por seis o más capas de piel de venado, de manera que podía detener una flecha indígena, pero al mismo tiempo impedía notoriamente los movimientos del jinete. Se suponía que el soldado de cuera era un "dragón", es decir que podía combatir a pié o a caballo, pero su armamento corresponde mas bien a la de coraceros o lanceros. Los soldados de cuera formaban escuadrones de caballería pesada. Estaban armados de espada, lanza, pistolas y mosquetes y como elemento defensivo, además de la cuera, portaban una adarga.(21)

No se crea tampoco que los había lanceros, mosqueteros o sableadores, no. Cada soldado llevaba todas estas armas. Necesitaba de siete a diez caballos pues es posible que con la silla y los armamentos se doblara el peso del jinete. El soldado Californiano usaba además zahones o chaparreras de cuero para proteger las piernas y los muslos de los arbustos espinosos que cubrían gran parte del país. Se usaron también tiras de suela que protegían al caballo cayendo de los encuentros hasta las rodillas y es probable que algunos de los soldados de Loreto llevaran esta protección adicional que los soldados de cuera llamaron "armas" o "defensas".(22)

Los estribos eran de madera para proteger el pié del jinete. Según Max Moorhead, el equipo del soldado de cuera pesaba 60 kilos.(23)

Si a ésto sumamos las provisiones de boca que el soldado debía llevar en campaña--y la expedición a California lo era, sin duda--llegamos a un total de 72 kilos que debía cargar la pobre bestia, además del peso del expedicionario.

La tropa de la frontera se componía de una mitad de europeos españoles o criollos y la otra de gente de sangre mixta: mestizos, mulatos, moriscos, coyotes, lobos y un pequeño porcentaje de indios. No sabemos exactamente la composición racial de esos 25 primeros soldados que expedicionaron sobre California, pero podemos suponer que no diferían en mucho de las otras tropas de la frontera. En cuanto a su preparación eran sin duda, gente que sabía su oficio, tropa aguerrida y veterana que había batallado contra indios y ducha en el arte de maniobrar a pie y a caballo. Su nivel intelectual era bajo. Muy pocos sabían leer o escribir, probablemente sólo cinco del grupo. No conocemos tampoco la edad de esta tropa pero hemos de suponer que eran, en su mayoría, hombres maduros que ya habían servido en otros presidios de la frontera antes de viajar a la península.

Moorhead resume las características de la tropa de cuera así:

La compañía presidial era una unidad militar única, distinta del ejército regular y de las compañías milicianas de provincia. Reclutada en su mayoría de la población de la frontera, era sólo nominalmente española en su personal y deficiente en su educación. A través de los años estas compañías tenían la tendencia a crecer en número y tamaño. Sus tropas estaban más completamente armadas, aisladas y montadas que los regulares pero eran más indisciplinadas y con menos entrenamiento. Sin duda que eran mejor adaptadas que los veteranos españolas para las pesadas labores y la solitaria existencia a la que estaban sometidos.(24)

Así, el 24 de marzo de 1769 daba el capitán Rivera la orden de marcha desde Velicatá. El viaje al norte no ofrece novedades de interés. Día tras día, el mismo monótono paisaje de tierra estéril, árida, con escasa vegetación y casi sin agua, terreno rocoso y cubierto de chaparros espinudos. Rivera trató de seguir la línea de la costa de manera que no podía pasar de largo el puerto de San Diego, punto de reunión que esperaba encontrar en la latitud 32 N. Algunos de los indios auxiliares fallecieron durante el camino, la mayoría desertaron. Las tribus indígenas parecían pacíficas y los soldados no se acercaron a las rancherías. En sólo una oportunidad se hizo un amago de ataque pero las flechas cayeron a una distancia que no ofrecía peligro al grupo. El 9 de mayo, después de 46 días de camino les salió al encuentro un gran número de indios que gritaban y corrían a encontrarlos. Estos amistosos nativos les comunicaron por medio de señas que dos barcos habían pasado por la costa. Tres días después y desde el alto de una meseta, pudieron observar en la lejanía, la bahía de San Diego, las islas de Coronado y los mástiles de las dos embarcaciones que los habían precedido.

Rodeados de indios, los soldados se acercaron al campamento de la gente que había venido por mar y Rivera ordenó una descarga general de los mosquetes, lo que debe haber ahuyentado a la mayoría de los indios. "Inmediatamente--nos dice Crespí--los tres padres que habían llegado en las barcas y los oficiales que se encontraban en tierra, vinieron a encontrarnos y nos abrazamos y felicitamos de estar todos reunidos en el puerto de San Diego".(25)

Esta primera expedición terrestre pasaría a la historia como una de las más exitosas que llegaron a California. En dos meses, consumiendo medias raciones, había llegado a su destino sin perder un sólo soldado y sin un enfermo. El soldado de cuera había demostrado su capacidad pasando la mayor parte de cada jornada en su cabalgadura, comiendo sólo tres tortillas al día, a veces sin dormir, en un desierto sin agua ni refugio por un espacio de dos meses.

El capitán Rivera y Moncada debe haberse alegrado de sobremanera con la recepción que se le tributaba. Ahora había que esperar a Portolá con el cuarto componente de la expedición. Pero también su desilusión debe haber sido grande cuando se enteró de los pormenores y los resultados del viaje por mar.

La desastrosa expedición marítima

El San Antonio había sido el primero en llegar a la bahía el 11 de abril de 1769. El viaje al norte no había estado exento de los tropiezos y dificultades que presentaba una travesía por mar con el viento y la corriente en contra. Con algunos casos de escorbuto, el bergantín llegó a una de las islas del canal de Santa Barbara que llamaron Santa Cruz. La actitud e los indios canaleños era amistosa y pudieron cambiar pescado fresco por collares de cuentas y otras chucherías. Pérez calculó la latitud como 34 40' y sabiendo que San Diego se encontraba medio grado más al sur volvió hacia la dirección de donde había venido y acercándose a la costa reconoció y dobló Punta Guijarros, la entrada del puerto de San Diego. Había ocurrido que dos errores, una en la ubicación del puerto y el otro en la posición del buque, se combinaron para dar con el destino deseado.

Los indios se mostraron también dóciles y amistosos pero no había señal alguna de las expediciones terrestres ni del San Carlos que lo había precedido en el zarpe por más de un mes. Sus ordenes eran esperar veinte días y si no aparecían sus compañeros de dirigirse a Monterey. Como el buque no llevaba soldados, Pérez no permitió desembarcar a los misioneros y no intentó tampoco explorar el país. Una patrulla desembarcó a "buscar un aguaje de donde surtirse, y llenar la barrilería de buen agua para el uso de la gente."(26)

El eficiente Pérez había ya plantado una cruz y enterrado cartas como último de sus preparativos para continuar al norte cuando, dos días antes de que expirara el plazo apareció una vela en el horizonte. Se trataba de la tan esperada capitana que vino a fondear al costado del bergantín pero sin que de sus costados se desprendiera bote alguno. Sorprendido Pérez se dirigió en persona a visitar al comandante y allí se encontró con un desolador espectaculo.

El capitán Vicente Vila, piloto mayor y comandante del San Carlos era una de las dos personas sanas que venían abordo. Los toneles de agua dulce se habían resquebrajado y perdido casi todo su contenido. El agua que quedó estaba contaminada. Hubo que hacer aguada en la isla de Cedros, agua que resultó de mala calidad y que hubo que embarcar en los mismos barriles con sus filtraciones y sus contaminaciones. Esta prolongación del viaje, la mala calidad del agua y la falta de alimentos frescos enfermó a la tripulación de manera que no había quien marinerara los botes para refrescar el agua. Por fin, después de 110 días de azarosa navegación habían llegado al puerto de su destino.

Pérez hizo que la tripulación del San Antonio desembarcara a los enfermos y con las velas de los buques construyó carpas en las que el Dr. Prat y los tres sacerdotes mitigaron en los posible el sufrimiento de los enfermos. Era el Dr. Pedro Prat, cirujano del real ejército que viajaba con los voluntarios de Cataluña. Se ha dicho que era francés pero nos inclinamos por creer que era catalán. Todos los historiadores están de acuerdo que el mal era el escorbuto pero es muy posible que se tratara de una enfermedad infecciosa, probablemente salmonela, contraída en los malhadados toneles, ya que la gente de Pérez cayó enferma por contagio. La epidemia fue fatal para casi la tercera parte de los expedicionarios y aunque se cree que murieron más de 60, este número no puede comprobarse ya que no se sabe, a ciencia cierta, la tripulación exacta del San Antonio. Curiosamente no falleció un sólo oficial o sacerdote. Se dio entierro a las víctimas de la epidemia en un lugar arenoso que conservó por mucho años un nombre fatídico: La Punta de los Muertos.

Establecimiento del campamento de San Diego

El teniente Fages que por instrucciones de Gálvez era el comandante accidental de la expedición decidió que bajo estas circunstancias era imposible continuar el viaje a Monterey desobedeciendo las detalladas instrucciones que traía. Coincidió en esta apreciación Don Miguel de Costansó, ingeniero del real ejército que Gálvez había hecho incluir en la expedición.(27)

Rivera pues, no había llegado con su gente extenuada a recibir el merecido descanso que necesitaba sino a socorrer a la expedición marítima.

El sexto punto de las instrucciones de Gálvez indicaban que deberían levantarse algunos edificios que servirían de guardia y custodia a la misión que se pensaba erigir en ese lugar. Rivera escogió un lugar más al norte de donde se había levantado la tienda para los enfermos y por seis semanas toda la gente que pudo, se abocó en levantar un campamento más permanente. Se erigió una empalizada, corrales para las bestias, algunas chozas y ramadas trasladándose al lugar la carpa y los enfermos. En este lugar, al pié de lo que hoy se conoce como Presidio Hill y junto a una ranchería india llamada Cosoy, se establecería el primero de los reales presidios de California. Pero faltaba todavía la llegada del comandante Gaspar de Portolá y la del padre Presidente Junípero Serra que viajaban juntos por tierra, siguiendo la ruta de Rivera y sus 25 soldados de cuera.

Serra y Portolá se reunieron en la misión de Santa María el 5 de mayo de 1769. Después de extraer de la antigua iglesia jesuita cuanto objeto útil pudieron cargar, se dirigieron a Velicatá. Allí se procedió a la fundación de una nueva misión, San Fernando. Se levantó una cruz, se colgaron las campanas y por primera vez pudo el padre Serra entrar en contacto con indios a los que no había llegado la civilización ni el evangelio.

Pero Serra y Portolá permanecieron sólo tres días en San Fernando. Reunidos el sargento Ortega con diez soldados de cuera, cuatro arrieros o muleros, cuarenta y cuatro indios auxiliares y dos sirvientes, salieron al norte el 15 de mayo arriando una considerable partida de ganado y su tren de mulas cargado de provisiones y elementos para las misiones.

Dice Portolá que a los pocos días se les acabó la comida, lo que parece muy fuera de lugar después de leer las exactas instrucciones de Gálvez. Aunque no lo menciona, queda la posibilidad de que los indios auxiliares se escaparon con algunas mulas pues nos dice que muchos, por necesidad, abandonaron la expedición. Tuvo pues Portolá que recurrir a la caza de conejos, gansos silvestres y otras aves y cuando se acercaron al mar, a recoger mariscos y pescados pequeños. Pero lo peor, fue la falta de agua habiendo tenido que pasar hasta tres y cuatro días, hombres y bestias, sin bebida alguna.

El diario de Portolá es bastante escueto y no da muchos detalles del viaje. El padre Palou en su biografía del Padre Serra describe con ciertos detalles los sufrimientos de este santo varón que insistió en continuar el viaje aún cuando Portolá le sugirió varias veces que volviera a Velicatá. Portolá envió al sargento Ortega con una escolta como vanguardia, cuando creyó que se encontraba cerca de su destino. Tres días más tarde recibía una escolta de diez soldados que Rivera había enviado a encontrarlo y fue así como el primero de junio se reunían en San Diego los cuatro elementos de la expedición.(28)

La llegada de Portolá con sus 163 mulas cargadas de provisiones había sido providencial. No quedaban sino dos tripulantes del San Carlos, los voluntarios de Cataluña estaban diezmados, la tripulación del San Antonio todavía enferma. No podría culpárseles si Serra y Portolá hubieran decidido detenerse allí hasta recibir recursos y refuerzos desde México. Pero todavía quedaba en estos catalanes el espíritu personal de empresa, el impulso irrefrenable de la fe y la lealtad férrea al soberano.(29)

Su deseo de seguir adelante, siempre adelante, contra todas las adversidades, hace recordar a aquél gran extremeño Don Pedro de Valdivia que escribiera a su Rey:

Los trabajos de la guerra, invíctisimo césar, puédenlos pasar los hombres porque loor es al soldado morir peleando, pero los del hambre, concurriendo con ellos, para lo sufrir, más que hombres han de ser.

El elusivo y famoso puerto de Monterey

Ya se ha visto que Portolá estaba dispuesto a continuar su viaje hasta Monterey en cumplimiento de las ordenes que llevaba. Consultó con Vila sobre las posibilidades de marinerar el San Carlos con soldados, pero como faltaban el contramaestre, carpintero, timonel y otros hombres claves en el equipaje, Vila sugirió enviar de vuelta a San Blas al San Antonio con todos los marineros hábiles de manera que pudiera traer gente con que tripular ambas naves. Mientras tanto, el esperaría la llegada del San José o el retorno de Pérez con el San Antonio. Así se hizo, permaneciendo Vila abordo del buque durante la ausencia de Portolá.

Tuvo el gobernador Portolá que desprenderse de diez soldados de cuera pues era necesario dejar una guarnición que protegiera a los enfermos de los indios, medida que resultaría totalmente justificada días más tarde. Al cuidado de los enfermos quedó el cirujano Prat, el capitán Vila, el padre Serra con otros dos sacerdotes, algunos indios auxiliares y otras personas que no pasaban de 40 en número.

La expedición a Monterey contaba con 27 soldados de cuera encabezados por el sargento Joseph Ortega y mandados por Rivera; Fages con sus diezmados voluntarios de Cataluña que sumaban sólo seis; el ingeniero Costansó; dos sacerdotes, Crespí y Gómez; seis arrieros, dos sirvientes y 15 indios cristianos, un total de 64 personas. Portolá hizo cargar cien mulas con provisiones para seis meses. Confiaba que en Monterey se le juntaría el San José con el refuerzo de provisiones que ya habría enviado Galvez.

Sólo quince días después de su llegada salía ya Portolá a la cabeza de su destacamento en demanda de Monterey. Como se trataba de territorio desconocido fue necesario organizar la marcha de manera que se utilizara el tiempo de la mejor forma posible, que se protegieran los caballos y las provisiones y se avanzara rápidamente ante lo avanzado de la estación. El viaje ha sido narrado detalladamente por el padre Crespí y en documentos oficiales por no menos de otros cinco participantes. Es posible reconstruir las jornadas de viaje desde el 14 de Julio hasta llegar a su límite norte, el 30 de Octubre. En esta descripción aparecen muchos lugares geográficos que aún conservan su nombre. Para los propósitos de este estudio bastará con mencionar los más importantes acontecimientos.

Desde el comienzo se observó un estricto orden de marcha. El hábil y experimentado Sargento Ortega, gastador y guía veterano, llevaba la vanguardia con seis u ocho soldados que se turnaban en esta tarea. La vanguardia reconocía el terreno, buscaba los pasos, los vados en los ríos y arroyos y marcaba el camino a seguir. Durante cada jornada se cubrían entre dos y cuatro leguas, según fuera las facilidades que ofrecía el camino. Ortega seleccionaba con un día o más de anticipación el lugar del próximo campamento considerando para esto la provisión de agua, leña, forrajes y protección contra ataques inesperados de los indios. En más de una ocasión tuvo que aclarar el camino de los aborígenes que lo rodeaban.

Luego avanzaba Portolá con sus oficiales, Fages, Costansó y los dos frailes, protegidos todos por los seis voluntarios catalanes. Tras ellos marchaban los indios cristianos y los sirvientes, llevando instrumentos de trabajo como palas, azadones, chuzos y hachas.(30)

Los pertrechos y provisiones de boca, custodiados por el resto de los soldados de cuera, marchaban en cuatro pelotones a cargo de los arrieros. Cerraba la marcha el capitán Rivera con la caballada de repuesto y las mulas que esa jornada no llevaban cargas. Una pequeña escolta ayudaba a mantener la caballada y mulada en orden. Esta tropilla iba a dar innumerables problemas. Viajando y pernoctando en lugares desconocidos, bastaba el grito de un ave, la aparición de un animal salvaje, para que las bestias se espantaran y se esparcieran. Muchas veces ocurría durante la noche y la mayor parte del día siguiente se pasaba rodeando y buscando los animales extraviadas que a veces volvían lastimados y otras veces se perdían en los llanos o cañadones desconocidos.

Costansó, oficial regular del ejército real pudo comprobar las bondades del soldado de cuera que militaba en la frontera. Dice en su diario:

Son Hombres de mucho aguante, y sufrimiento en la fatiga; obedientes, resueltos, ágiles y no dificultamos decir, que son los mayores Ginetes del mundo, y de aquellos Soldados que mejor ganan el Pan al Augusto Monarca a quién sirven.(31)

El 18 de Julio, habiendo avanzado unas 10 leguas entraban al territorio de los indios Shoshones que tenían un lenguaje diferente de los Yumas, esto es, los que poblaban San Diego. Acampando en el lugar donde hoy se alza Los Angeles, los soprendió un gran temblor junto a un río que llamaron de la Porciúncula y de los Temblores. Después de cruzar diversos arroyos en los que manaba pez, brea, chapopote y otras substancias que atestiguaban la presencia de petróleo, siguieron la costa llegando a las márgenes del canal de Santa Barbara. Reconocieron desde tierra las islas ya tantas veces descritas por los navegantes y que el propio Fages y Costansó habían visitado meses antes y se encontraron con indios que vivían en casas de forma esférica construidas de ramas y barros y mucho más numerosas de lo que antes se había visto. Pudieron observar con mayor detalle las canoas o cayucos que había descrito Cabrillo, con que los indios se hacían al mar, notando que eran de madera de pino, alquitranadas para impermeabilizar sus junturas y de gran tamaño pues algunas llevaban hasta diez hombres. Sin duda que este era el "pueblo de las canoas".(32)

Al llegar al final del valle de Santa Barbara encontraron otra vez que la sierra les impedía el paso. Uno de los soldados mató allí una gaviota dándole al paso el nombre que hasta hoy día conserva, "Gaviota Pass". Adentrándose hacia el interior de la costa encontraron numerosos osos. El primero que mataron resultó un animal famélico que dio origen a otro nombre geográfico, Oso Flaco. Una nueva cacería ursina trajo resultados contradictorios. Por un lado, mataron un descomunal animal el más grande que nadie había visto. Medía 14 palmos, más de 3 metros, y pesaba unas 15 arrobas, 170 kilos. Cuando enfrentaron a 15 ó 16 animales, los "ferocísimos brutos" tomaron la ofensiva. Uno atacó un soldado. Otro atacó e hirió dos mulas escapando después de recibir un tiro de bala y un tercero recibió nueve balazos antes de sucumbir. El lugar recibiría un nombre apropiado que conserva hasta hoy: Cañada de los Osos. La carne resultó apetitosa y de agradable y fuerte sabor.

En esta mismo región encontraron una ranchería en la que Fages dice: "El cacique o comandante de la ranchería tenía una disforme lupia o buche que le colgaba del pescuezo y al instante se le puso por los soldados a todo el sitio la Ranchería del Buchón."(33)

No conociendo la geografía, la expedición trató de seguir la costa al norte de la actual Bahía del Morro, probablemente la más difícil ruta en la costa de California. Después de diez leguas de marcha y de haber alcanzado una latitud que Costansó calculó como 35 45', decidió Portolá escalar la sierra que era la de Santa Lucía ya descrita por Cabrillo y Vizcaíno. Fue una medida acertada. Cuatro días después llegaban a un extenso valle por el cual corría un río que llamaron San Elizario o Santa Delfina, hoy conocido como Salinas. De allí en adelante el camino es fácil. Pastos abundantes, el río con su caudal provee de bebida y alimento por las aves acuáticas que atrae y sirve de guía, pues los lleva hacia su desembocadura.

Al divisar el mar avistan e identifican correctamente Punta Pinos, uno de los accidentes geográficos que permiten identificar a Monterey. Portolá ordenó detenerse, levantar campamento y explorar más detenidamente. Observando la bahía desde un cerro los expedicionarios identifican la Punta Año Nuevo hacia el norte, Punta Pinos hacia el sudoeste, pero la ensenada que se presenta ante sus ojos no corresponde al "famoso puerto" de Monterey. Grandes dunas de arena bordean la playa. Rivera con ocho soldados se dirige hacia el sur. Cruza la playa del actual Monterey, llega a Punta Pinos y luego sigue la ruta que hoy se conoce como "17 millas", pasa frente a la bahía de Carmel, cruza el río que con la estación es un arroyuelo que apenas tiene caudal y alcanza hasta donde la Sierra de Santa Lucía le cierra el paso al sur.

Descubrimiento de San Francisco

Portolá convoca una junta de guerra cuya acta se encuentra en el manuscrito que describe su viaje. Por ella sabemos que Don Gaspar expone que este lugar no puede ser Monterey pues el gran río Carmelo es un arroyo, el lago, unas lagunillas, el famoso puerto es una ensenada y que no se puede continuar la búsqueda pues hay 11 enfermos y las provisiones se han reducido a 50 costales de harina. Costansó cree que el puerto se encuentra en latitud 3730' o más arriba y que deben continuar. Fages cree que el puerto está más adelante y que deben continuar hasta más allá del 37. Rivera cree que Monterey no existe pues no está donde debiera estar y que deben encontrar otro lugar para establecer el puerto. Portolá después de escuchar estas opiniones decidió que descansarían por 6 días, que seguirían al norte hasta donde pudieran y que eligirían un lugar apropiado si Monterey no aparecía. Todos los oficiales y los dos franciscanos firmaron su acuerdo sobre el plan. (34)

Los enfermos presentaban un problema, No podían dejarse atrás o abandonarse y como no podían caminar se les acomodaba en "tijeras" que se llevaban entre dos caballares y que recordaban a Crespí como viajaban las mujeres andaluzas. Cada anochecer se les frotaban las piernas con aceite de oliva pero el remedio no surtía efecto. Terminado los seis días de descanso fue necesario llevar a once de los inválidos en las %


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